lunes, 28 de septiembre de 2009

Preludio


Anduve por el centro de la ciudad por un rato, recorriendo las calles cercanas a la plaza mayor. Miraba los edificios, las luces y el contraste con la oscuridad más allá de las lámparas de los postes; Es curioso, hay cierta oscuridad entre el techo de los edificios y el cielo, porque el cielo vuelve a ser claro, gracias al reflejo de la luz que llega a la semi niebla que flota arriba.
Mientras caminaba por una esquina que tenía una tienda departamental en la esquina noreste de la plaza, me llamó la atención un indigente que estaba parado en la esquina del edificio. La tienda es de cierto prestigio y elegancia y la gente que vi entrar y salir podría fácilmente señalarse como “acomodada”. Pensar en el contraste entre gente que tiene el suficiente dinero para consumir trivialidades costosas mientras otros no tienen ni que llevarse a la boca, me causo gracia, no había muestras de empatía, solo rechazo. Bueno a fin de cuentas C’est la vie.
Una cuadra antes de llegar a la plaza pasé por un paradero de camiones, justo cuando pasaba vi a una persona con una botella de plástico rellena de algo que parecía ser arroz pidiendo permiso al camionero para subir a realizar su acto, el camionero le puso mil pretextos; al final el músico tuvo que pagar su pasaje para poder subir, cosa que considero justa, porque como mínimo el sacaría unos veinte pesos limpios, y si tiene suerte hasta cincuenta pesos, siempre hay gente dispuesta a darles algo, aunque yo no. A veces pienso que ser payaso , músico de camión o limosnero podría ser un buen trabajo,…si tal vez un día de estos...
Al llegar a la plaza, en la esquina suroeste había un tumulto de gente, y al acercarme comencé a escuchar a una persona que sobre una tarima pequeña hablaba sobre el gobierno. Usaba un altavoz y su tono era de enojo. Hablaba sobre impuestos, sobre trabajo, sobre pobreza y sobre corrupción; criticaba enfáticamente a un solo partido y sus palabras altisonantes parecían alimentar la emoción de los que ahí escuchaban, claro que otros pasaban por ahí, escuchaban y se retiraban moviendo negativamente la cabeza. A mí en lo personal, me interesaba más observar las reacciones de las personas reunidas en ese lugar con cada palabra del ponente. La gente que escuchaba atentamente parecía ser gente mayor, de más de cuarenta años, algunos con gorras de tela de alguna tienda de material eléctrico o de algún equipo de béisbol, otros con sombrero, camisa blanca y chancletas. Claramente se veía que era gente de escasa preparación y proveniente de zonas rurales. Vaya, pensaba, que fácil podría ser poner de mi parte a ese grupo de personas, escogiendo un tema de interés común y siendo un poco efusivo al expresarme.
Caminé hacia el otro lado, la gente iba y venía, platicando, otros solos, algunos alegres otros serios, todos y cada uno ajeno al resto del mundo. Al llegar al centro de la plaza, me encontré con otro grupo de personas, que estaban rodeando a dos payasos callejeros. Me acerqué y me mezclé entre los ahí reunidos, los payasos hacían rutinas gastadas y viejas, miré a las personas y vi que algunos reían tímidamente, otros solo hacían gestos con cada chiste. No me explicaba que los hacía permanecer ahí, tal vez esperaban que alguna de las bromas fuera buena. Me di media vuelta y fui a sentarme a una banca a unos metros de donde actuaban los payasos. Puse mi mochila sobre el piso al lado de la banca, y la enganché a mi pierna de modo que nadie pudiera tomarla. Cerré los ojos, sentía el aire en mi cara, los abrí y miré al cielo, solo vi nubes y resplandor, la ciudad se había robado el cielo y secuestrado las estrellas. La gente seguía yendo y viniendo frente a mí, pensé que aun rodeado de tanta gente, una persona podría estar tan infinitamente sola, sonreí de nuevo, es bueno la individualidad, cada quien es responsable de sí mismo.
Cerré los ojos de nuevo, respiré hondo, estaba muy emocionado, el momento había llegado. Estaba listo, todos lo estaban, volví a sonreír, pensé que en un momento todo se habrá consumado, metí la mano en la mochila, saqué la ametralladora S-Uzi al momento que me ponía de pie, apunté a los que miraban a los payasos, ellos sonreían.
Yo sonreí,  y presioné el gatillo…