respiré hondo, alcé la vista
y me dije:
has perdido, te sientes derrotado.
Un rinconcito en la inmensidad
Estas últimas semanas he estado reflexivo acerca de lo que he aprendido a lo largo de mi vida respecto de amar a Dios. Como primera cosa, he aprendido que a pesar de desear siempre ser recto y justo en los caminos de Dios y buscar vivir conforme esa convicción, muchas veces me he visto a mi mismo cometiendo injusticias y siendo a menudo intolerante, egoísta, insensible, rencoroso y vengativo. Al hacer esta lista realmente me asusto.
Y lo primero que viene a mi mente es, porque, si mi corazón siempre se orienta hacia lo bueno, muchas veces termino siendo un reflejo de un corazón pobre, lastimado y asustado.
Recuerdo las veces que también han sido así conmigo y puedo decir que fueron innumerables. También ha habido personas que han sido importantes en mi vida y de igual modo han sido crueles o injustos o indiferentes ante mi situación, dolor o flaqueza.
Y poniendo todo en contexto me doy cuenta que de igual modo, esas personas también pudieron estar tan confundidas como yo con su actuar, pensando que han querido actuar de la mejor manera y han terminado lastimando o alejando a personas importantes en sus vidas.
Y pienso, wooow, cuantos malos entendidos, cuánto daño realizado sin desearlo, sin quererlo. Todo por la falta de madurez y de conocimiento de sí mismo de todos nosotros.
Es aquí cuando entra Dios en mis reflexiones.
Cuando le hablas a algunas personas de nuestras flaquezas, de nuestros errores, de nuestros enojos, de nuestros dolores. Lo primero que te dicen es que hay que entregar esas áreas de nuestra vida a Dios.
Y yo pienso que tienen razón.
Pero, ¿Qué significa precisamente entregarle esas áreas a Dios? ¿Cómo lo hacemos comúnmente?
Tomemos por ejemplo el dolor y el perdón.
Cuando recibimos un daño, ya sea físico o emocional, especialmente de alguien cercano e importante para nosotros. Las secuelas son terribles. Mucho de nosotros se sacude, se duele y se desestabiliza.
Aunque no lo busquemos, reaccionamos con enojo, y esto es completamente natural. Somos humanos. El enojo es una manera de autodefensa, nos protege del daño causado y nos prepara para defendernos. Fuimos creados así.
Pero también es cierto que el enojo nos pierde, porque también nos vuelve agresivos e hirientes y termina causando más daño que beneficio. Especialmente porque muchas veces el dolor deja tanta huella que el enojo no se va, aun cuando la causa del dolor ya se ha ido.
Puedes leer en la biblia mucho sobre el perdón y el deber del cristiano de estar en paz con su hermano. Leer mucho sobre perdonar para ser perdonado o por haber sido perdonado por Dios. Pero el perdón del que habla Jesús va más allá.
Yo quiero ir más allá.
Quiero hablar del perdón como resultado del amor. Ese amor que Dios nos brinda y que sana y que hace rebosar en nosotros el amor hacia los demás. Es decir, hablar del perdón no como un paso para sanar, si no como un resultado de haber sido sanado. Regresando al amor, ya no hay rencor. Comprendemos la fragilidad de aquel que nos lastimó y nos regocijamos en la certeza de cómo Dios nos ama y busca restaurarnos y sanarnos.
(Quiero hacer notar que yo, mucho tiempo no pude sentir esa certeza, mucho tiempo anduve lejos de Dios y en esos momentos de flaqueza me sentí solo y desvalido. No es mi caso ahora y por eso le doy gloria al Padre.)
Cuando se sufre un daño, mas que buscar primero perdonar; si buscas el amor de Dios, esté te cubrirá, te sanara y te restaurará. Serás libre. El enojo y la autocompasión se irán y ante tus ojos no habrá falta ya que perdonar. El perdón habrá sido dado y los frutos del espíritu estarán en ti. Verás a tu hermano como lo que es, un ser humano que también comete errores y tropieza.
Sin embargo reconozco que la dificultad de hacer esto es que, por causa del dolor, sentimos que somos víctimas, que se ha hecho sobre nosotros un daño que indigna y que no debemos permitir que nos hieran así de nuevo. El miedo nos dice que hay que ser duros y no dejarnos caer o dejarnos vencer. Y vemos a Dios, más que como nuestro padre amoroso y sanador, como nuestro bastón o tabla. Es normal reaccionar primeramente así, pero conforme vayamos asimilando el amor de Dios sobre nosotros esto cambiará y mientras más pronto entendamos y vivamos que amar fortalece y busca entregar, enseñar, compartir y ser pleno, mas pronto nos desharemos de ese lastre que deja el dolor.
Esta restauración no se limita al dolor, Pues Dios restaura integralmente, verás como otras áreas de tu vida comienzan a sanar pues el amor de Dios te hace ver todo con nuevos ojos.
Claro, hay que ser constantes en buscar la comunión con el Padre, porque somos susceptibles de la influencia y sin realimentar lo que Dios nos brinda, podemos caer de nuevo en viejos hábitos y entregarnos al sufrimiento de nuevo. Busquemos a Dios cada momento de nuestras vidas y el nos hará cada vez más preparados para cualquier prueba.
El perdón también aplica de este modo para nosotros mismos. Porque algunos no nos perdonamos a nosotros mismos tanto como a los demás.
Por las veces que he sido yo quien ha lastimado, sinceramente pido perdón.
Una vez un rico se acercó a Jesús y le dijo:
- ¿Maestro bueno que he de hacer para tener en herencia vida eterna?
–¿Por qué me llamas bueno? Bueno solamente hay uno: Dios. Ya sabes los mandamientos: ‘No cometas adulterio, no mates, no robes, no mientas en perjuicio de nadie y honra a tu padre y a tu madre.’
- El hombre le dijo:
- Todo eso lo he cumplido desde joven.
- Al oírlo, Jesús le contestó:
- Todavía te falta una cosa
Y cuando el joven rico escuchó de qué se trataba eso que le faltaba, se puso triste, pues era precisamente eso que no estaba dispuesto a dejar.
Y nos ponemos a pensar, que es eso que a nosotros nos ata. Porque muchos podrán decir:
- “Ahhh, dejar riquezas, dejar amigos, yo lo haría o lo hago por el señor”
Muy bien, hay cosas que son fáciles de dejar para algunos y a otros les ata más el corazón. Pero esa cosa que nos falta, es diferente para cada uno. Tal vez si hubiese sido un alfarero que amara hacer sus jarrones y ollas, le hubiese dicho deja tu arte y sígueme.
¿Y si hubiese sido un hombre pobre que fue huérfano?
Alguien me dijo que se ama a Cristo en la medida que renunciamos a nosotros mismos. ¿Pero que es renunciar a nosotros mismos? ¿A caso el quiere que lo sigamos pobres? ¿O huérfanos? ¿O llanos?
Y si el rico, aun con tristeza en su corazón hubiera dicho:
- Hecho maestro, te sigo.
Y entonces el joven rico hubiera ido y regalaba todo, por seguir a Cristo. Pero aun con dolor en el corazón por dejar esas posesiones que tanto ama. ¿Hubiera valido de algo su acto, aunque su corazón aun tambaleara? ¿Será que después hubiese hallado paz al pasar el tiempo y entregado a Cristo completamente? ¿O el era de esos que dice la escritura que muchos son los llamados pero pocos los escogidos? ¿La intención es lo que cuenta?
El joven rico, ese que preguntó que tenía que hacer para obtener un premio con Dios.
Te pregunto y contéstatete tú a ti mismo, a Dios. ¿Porque lo sigues? ¿Quieres tener en herencia la vida eterna? ¿No quieres pisar el Hades? ¿Tal vez por qué lo amas?
Te pregunto lo siguiente:
¿A Dios hay que amarlo o temerlo? ¿Qué implica cada cosa?
¿Por qué seguir a Cristo? ¿Por qué buscar a Dios?
Muchos contestan fácil, ya se saben la pregunta: “Porque amo a Dios, porque El cambió mi vida, porque El me da la paz que nunca había encontrado, porque El es grande y misericordioso”
Y me pregunto si esas respuestas serán de ellos, o solo las repiten como las han aprendido, con la vehemencia que la emoción les otorga.
Si yo estuviera frente a Jesús, pidiéndole seguirlo, estaría en un lugar muy similar al rico. Conozco la escritura y he guardado los mandamientos desde mi juventud, he tropezado en algunos, pero en general, no soy de los impíos, ni mucho menos. Según yo, estoy haciendo con mi vida y mis actos, una vida limpia (en lo humanamente posible) y recta.
Pero viene Jesús y me dice:
- HENRY, TODAVIA TE FALTA UNA COSA.
Y yo pienso. No es familia lo que me ata, no son amigos, no son posesiones, no es mi arte, no es trabajo. Muchas cosas ni siquiera las tengo, ni siquiera las he buscado, así que dejarlas, si las tuviera…
Pero hay anhelos. Hay anhelos del corazón, cosas que no tengo pero si he buscado, Nunca he tenido, pero son importantes y llenan mi corazón.
Entonces El me dirá:
- - Renuncia a tus anhelos, ven y sígueme.
Y entonces, Oh joven rico, estoy justo en tus zapatos, pero yo no soy tu. ¿A quién les regalo mis anhelos que son muy míos? ¿Cómo callo mi corazón con sus afanes? ¿A poco solo se presiona el botón y ya? Pero tomo la resolución:
- Está bien, no es algo que pueda hacer fácil, pues son anhelos de juventud y han estado conmigo de años, pero si es lo que necesito hacer, lo haré. Solo déjame acompañarte mientras se apagan, mientras se evaporan.
Y la pregunta es: ¿Por qué quisiera Cristo que renuncie a mis anhelos? A caso le gusta que le siga gente estoica? ¿Por qué quiero yo seguirlo, tanto lo amo?
Y he aquí donde me encuentro.
¿Lo admiro?: Si, y mucho. ¿Lo amo?: No podría decir que sí.
¿Porque querer seguirlo entonces?
Sé que El me ama, me lo ha demostrado en muchas ocasiones, no con bienes materiales, no con deseos cumplidos (de hecho casi nunca me cumple nada, Padre riguroso ha sido conmigo). Pero ha procurado bendecirme en esos momentos que yo por necedad no he querido buscarlo ni pedirle nada. Me ha dado conocimiento e inteligencia y me ha presentado situaciones que me han hecho dudar y me han hecho también convencerme. Me ha mostrado situaciones donde no alcanzo a comprender porque se actúa de tal modo y me ha permitido sembrar la semilla en mi corazón de mejorar esas cosas. He ha dejado ir y venir y sentirme libre y cada vez me ha recibido con los brazos abiertos. Como un hijo libertino, no estoy acostumbrado a sentir que amo a mi padre, pues considero las muestras de cariño sentimentalismos fuera de mi estatus.
Pero estoy cansado de este andar. Y El ha puesto en mi camino a hermanos que como yo, están justo en este punto. Avergonzados, con anhelos, con dudas, con carga extra en el corazón (y no me refiero a pesares que queramos que EL nos sane). Pero que sienten que el Padre no ha dejado de llamarnos y quiere recibirnos.
¿Porque hay algo a que renunciar?
Porque Dios solo nos pide una cosa, solo quiere una cosa, solo nos invita a una cosa: Que lo amemos más que a nada. Quiere, busca una relación completa, El-Nosotros (YO). Sin nada más importante en el corazón. Yo pienso que no es que tiremos nuestros anhelos, sino más bien, que ellos no gobiernen nuestra vida. Que el primer lugar sea en El. No quiere privarnos de nuestros anhelos, al igual que no quería la vida de Isaac.
Por eso hoy estoy aqui, entregandome tal cual estoy, y buscando mi lugar en su rebaño. No quiero pedirle nada, porque ya mucho me ha dado y me dará sin que le pida. Quiero darle, quiero ofrendarle lo único que puedo dar: Mi compromiso.
Soy impulsivo, soy apático, soy reflexivo, indeciso, soy entusiasta, soy un cumulo de fases y contradicciones, pero se que el me tiene un lugar justo para todas mis peculiaridades y me sabrá indicar, cuales ya no son necesarias.
Aqui estoy, amigos, hermanos de cada viernes. Aqui estamos, comenzamos.